martes, 9 de febrero de 2010

El Muro de Berlín


En la imagen superior pueden observar apilados en filas pequeños pedacitos del Muro de Berlín al módico precio de 4.99 euros. A simple vista es un souvenir más, pero si prestamos atención uno se da cuenta de la gran ironía que esto representa.
Si a un miembro del gobierno de la RDA le hubieran comentado que su querido muro anticapitalismo iba a acabar literalmente en los estantes de una tienda de souvenirs, hubiera alucinado. También me gustaría saber que opinan aquellos que vivían en la zona occidental y que denominaban a esta tapia el Muro de la Vergüenza, seguramente aquellos que hoy día se lucran vendiendo estos trozos de hormigón.

Basándonos en el precio y en el peso de cada fragmento (20g aproximadamente), el kilogramo de Muro nos sale a 24.96€, total nada. Además hay que tener en cuenta el hecho de que este material se está agotando, de manera que no resultaría extraño ver un incremento de su precio próximamente. Me pregunto si invertir mis ahorros en comprar este material para venderlo más tarde cuando duplique o, quién sabe, triplique su valor.

Lo que está claro es que cualquier cosa se puede vender, por absurdo que parezca. Y si no, que le pregunten al artista Piero Manzoni cuando consiguió colocar en el mercado sus propias heces enlatadas a precio de oro. Vendía algo más que excrementos, vendía Mierda de Artista, o así lo tituló él. Desde luego, si tuviéramos que decidirnos entre decorar nuetra casa con cachos de hormigón soviético o con latas llenas de defecaciones, tendríamos un gran dilema.

martes, 2 de febrero de 2010

Historia de una noche

Un grupo de jóvenes entró en una famosa discoteca de la ciudad. Eran realmente numerosos, tanto que casi colmaban el aforo total del local. El motivo de este relato es dejar constancia escrita de los hechos que allí acontecieron, y para ello trataremos de expresar con el máximo rigor y exactitud los detalles de este suceso.
La parte superior del local, que se disponía en forma de ´L´, quedaba fragmentada en dos ámbitos separados por un pequeño muro de hormigón. Nos centramos en ese lugar, donde con más voluntad que acierto, fue colocada una máquina expendedora de objetos, a fin de cubrir el pequeño muro de hormigón. Bajo nuestro punto de vista, el aparato quedaba ‘en medio’, por así decir, de la zona de baile.
No pretendemos justificar con esto el trato que posteriormente sufriría dicho aparato, pero si explicar el contexto en el cual sucedió el incidente.

Rondaban las tres de la madrugada cuando la máquina se interpuso en el campo visual de uno de los chicos, quien con un fuerte impulso de deseo hacia uno de los artículos que esta ofrecía -unas gafas de sol rojas modelo años ochenta-, se dispuso a realizar el ingreso del valor de las mismas.
Hay que tener en cuenta el hecho de que este chico, al cual a partir de ahora llamaremos el chico de las gafas, tiene pocos conocimientos sobre el idioma en el que se expresaban las instrucciones a seguir para la adquisición de los diferentes artículos e interpretó mal las condiciones y el precio final.  La paciencia de este se agotó en el instante en que ingresó cuatro euros, viendo que las gafas no se movían de su lugar.