lunes, 28 de octubre de 2013

Madrid I

Dirigía mis pasos por una céntrica calle de la capital sin haberme percatado de su presencia. Me encontraba absorto, con los ojos puestos en la lontananza, ajeno al inminente encontronazo. Impávida, serena, osada, esperaba mi llegada. El primer contacto fue una auténtica escabechina. Los transeúntes que circundaban la zona observaban atónitos mis movimientos convulsivos, llenos de ira, expresiones corporales de la más absoluta impotencia. La excrecencia quedó adherida a mi zapato, y una vez perdió su configuración original, la voluptuosidad que su creador le había imprimido se redujo a una simple mancha en el pavimento.


Dice el saber popular que este tipo de encuentros dan suerte; veremos si es cierto, porque ya van tres este mes. Si al final se descubre esta creencia como cierta y me toca la lotería, no dudaré en escribir al Ayuntamiento para agradecerle que mantenga así las calles, plagadas de suerte, pensando siempre en el ciudadano.