lunes, 28 de febrero de 2011

Corrupto

Abro el periódico por la sección Internacional y comienzo a leer un artículo sobre la situación en Oriente próximo. De repente, la palabra dictador se alza desde su posición original hasta la cabecera de la página, donde aparece escrito dinero, y se detiene a su lado en actitud dialogante, dejando tras de sí un reguero de sustantivos y adjetivos partidos por la mitad. Cierro bruscamente el diario, y, pasados los primeros instantes de perplejidad, vuelvo a abrirlo, en este caso por la sección de política nacional. Me llama la atención como adquiere cierta viscosidad el adjetivo corrupto, el cual comienza a deslizarse por todos los artículos que tiene alrededor, en busca de algún hueco donde poder acoplarse y descansar unos instantes. Rápidamente, encuentra un pequeño espacio libre al lado de la palabra camps, que abandona instantes después, no sin dejar una pequeña marca de tinta a su paso. El susodicho adjetivo sigue arrastrándose, cual sabandija, por toda la página, realizando pequeñas paradas para recobrar el aliento. Se mueve a tal velocidad que es difícil retener la ingente cantidad de nombres propios con los que platica en sus momentos de pausa, tan solo se distinguen las sutiles marcas que durante su periplo va dejando. Y así, puedo atisbar cómo se desplaza desde roca, hasta correa, con quien parece mantener sexo duro, a tenor de las salpicaduras de tinta en ese párrafo. Acto seguido, describe una trayectoria esquizofrénica, como si huyera de algo, de alguien, tal vez de mis ojos, o de los ojos de la gente que como yo tiene curiosidad por saber qué pasa. Finalmente, el adjetivo en cuestión se pierde por uno de los bordes del periódico, quizá en busca de nuevas noticias y nombres propios con los que copular. El paisaje que queda frente a mí es miserable, las deyecciones que fue dejando a su paso dibujan un mosaico de mierda inconmensurable, hay palabras que han quedado, literalmente, sepultadas.

martes, 22 de febrero de 2011

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De pequeño tuve una casa que se convirtió en mi juguete preferido, más que nada porque podía construirla, destruirla y volverla a construir a mi antojo. Sin embargo, un día, en pleno proceso de demolición perdí la s, de manera que me quedé con una caa, lo que viene a ser algo inservible; busqué por todas partes en busca de la s extraviada, sin resultados; tan sólo encontré una p, y pensé que podría servirme poniéndola en el lugar de la s. Y así, de súbito, tuve que olvidarme de la casa y hacerme cargo de la capa, como el que pasa de la niñez a otros asuntos de forma repentina. Jugué mucho con aquella capa; me imaginaba sobrevolando todas las ciudades a mis anchas. Pero la capa envejeció rápido y se le terminó cayendo la primera a. Fui a buscar esta vocal a la caja de herramientas de mi padre, pero no quedaban. La que sí encontré, camuflada entre las arandelas, fue una o sin apenas uso; la puse donde la a, obteniendo una copa estupenda de la que he estado bebiendo hasta el otro día en el que se me cayó al suelo y se rompió. He de decir que se partió justamente por la p, esa p con la que hacía años había fabricado mi capa. Frente a esta situación, necesitaba de nuevo una consonante, para no quedarme con una simple coa, cuyo significado sólo puede referirse a las iniciales de algo. De esta forma, comenté el infortunio a alguien que se sacó del bolsillo una m: -tómala, igual te sirve- me dijo, y efectivamente, con esa letra obtuve una coma. Aparentemente no parece gran cosa, pero sí lo es. Ahora puedo colocarla donde quiera, en mitad de una frase ilógica para darle sentido, incluso para cambiarle el significado.

martes, 15 de febrero de 2011

Fenómenos paranormales

Desde hace un tiempo están sucediendo una serie de fenómenos extraños en el lugar donde vivo, que podríamos empezar a llamar paranormales. “Al principio, sólo ocurrían de vez en cuando” asegura uno de los integrantes del inmueble. Lo cierto es que en los últimos tiempos la frecuencia con que estos hechos se reproducen es cada vez mayor y más evidente.
“Te levantabas por la mañana y veías un plato partido por la mitad con una rectitud asombrosa” afirma un inquilino del piso, “o la ensaladera despiezada en cuatro partes prácticamente simétricas” añade su compañero, acto seguido.
Hace unos meses, esta deconstrucción sistemática de la vajilla se podía atribuir a los efectos que el alcohol causara en algunas personas moradoras de la vivienda, aunque la singularidad con la que rompían estos elementos hacía pensar en algo más. Lo cierto es que estos fenómenos se han intensificado. “Es como si la vajilla hubiera adoptado vida propia, cuando menos te lo esperas se lanza violentamente desde tu mano en dirección perpendicular a la pared. No damos crédito a lo que está pasando” asevera algo angustiado uno de los damnificados por estos sucesos.
Últimamente, ocurre en cualquier momento y, desde luego, ya no es achacable a las consecuencias puntuales que la presencia de una persona ebria en la cocina puedan ocasionar, sino más bien a un fenómeno macabro de origen aún desconocido.
Hoy, sin ir más lejos, descubrimos otro plato, aniquilado, en la basura. “La situación roza el esperpento, si continuamos esta tendencia, me temo que en menos de una semana comeremos directamente de la olla” asegura un compañero.
El caso es que esta merma progresiva e indiscriminada de vasos y platos está haciendo saltar todas las alarmas; sobre todo las del sector hostelero de la zona, quienes, previsiblemente, deban asumir la reposición  de todo el material.