lunes, 28 de febrero de 2011

Corrupto

Abro el periódico por la sección Internacional y comienzo a leer un artículo sobre la situación en Oriente próximo. De repente, la palabra dictador se alza desde su posición original hasta la cabecera de la página, donde aparece escrito dinero, y se detiene a su lado en actitud dialogante, dejando tras de sí un reguero de sustantivos y adjetivos partidos por la mitad. Cierro bruscamente el diario, y, pasados los primeros instantes de perplejidad, vuelvo a abrirlo, en este caso por la sección de política nacional. Me llama la atención como adquiere cierta viscosidad el adjetivo corrupto, el cual comienza a deslizarse por todos los artículos que tiene alrededor, en busca de algún hueco donde poder acoplarse y descansar unos instantes. Rápidamente, encuentra un pequeño espacio libre al lado de la palabra camps, que abandona instantes después, no sin dejar una pequeña marca de tinta a su paso. El susodicho adjetivo sigue arrastrándose, cual sabandija, por toda la página, realizando pequeñas paradas para recobrar el aliento. Se mueve a tal velocidad que es difícil retener la ingente cantidad de nombres propios con los que platica en sus momentos de pausa, tan solo se distinguen las sutiles marcas que durante su periplo va dejando. Y así, puedo atisbar cómo se desplaza desde roca, hasta correa, con quien parece mantener sexo duro, a tenor de las salpicaduras de tinta en ese párrafo. Acto seguido, describe una trayectoria esquizofrénica, como si huyera de algo, de alguien, tal vez de mis ojos, o de los ojos de la gente que como yo tiene curiosidad por saber qué pasa. Finalmente, el adjetivo en cuestión se pierde por uno de los bordes del periódico, quizá en busca de nuevas noticias y nombres propios con los que copular. El paisaje que queda frente a mí es miserable, las deyecciones que fue dejando a su paso dibujan un mosaico de mierda inconmensurable, hay palabras que han quedado, literalmente, sepultadas.

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