jueves, 14 de abril de 2011

Contrariedades

Era de madrugada cuando un fuerte estruendo me despertó sobresaltado, en realidad se despertó una parte de mí, la otra siguió durmiendo. Mi cabeza y extremidades superiores fueron a la cocina para ver que ocurría sin detectar ninguna anomalía. Decidí en ese momento tomar un zumo de naranja y pude observar atónito como descendía el líquido por mi esófago invisible, para quedarse luego suspendido en el aire, a unos cuarenta centímetros de la tráquea. Entonces me crucé con unos pies que venían del otro lado de la casa, y a modo de juego macabro ocuparon el lugar de los míos, de manera que, aunque mi cabeza dictaba volver a la cama para reencontrase con mi tronco y extremidades inferiores, los intrusos pies decidieron dar una vuelta por la ciudad y llevarse consigo mis brazos y mi contrariada cabeza.

No sé si el paseo duró una hora o tres años, lo cierto es que me dediqué a contemplar el mundo que me rodeaba con gran detenimiento.
Advertí un sombrero que se desplazaba a unos 173 centímetros del suelo con un ligero movimiento ondulatorio en dirección a unos tacones de aguja que salían a su encuentro.
Acto seguido, al cruzar la esquina, reparé en la ausencia de mi cartera, y el mirar hacia atrás atisbé como se desplazaba rápidamente en dirección opuesta a mi incompleta figura, describiendo un movimiento frenético en la huida; ordené a mis pies recién adoptados que la persiguieran, pero estos hicieron caso omiso y siguieron su marcha. Este acto de desobediencia me irritó enormemente, e incluso contemplé la opción de despiezarlos con mi mandíbula o retorcerlos con mis propias manos. No lo hice por temor a la más que probable consecuencia de sufrir un gran dolor y deseché esa alternativa.

Más tarde, me encontraba en medio de Gran Vía insuflando gran cantidad de aire a mis invisibles pulmones; mi brazo derecho acompañaba en una perfecta sincronía al pie izquierdo cuando este se situaba por delante. Rápidamente era superado por el otro par y así sucesivamente, a gran velocidad. Pronto me di cuenta de que se trataba de una persecución. Iba corriendo tras otros pies, aunque mi cabeza no comprendía el motivo de tal actividad.
Y cuando estaba a escasos metros de alcanzar mi objetivo, de súbito, las ruedas de un autobús de línea me pasaron por encima. En ese mismo instante un gran estruendo me devolvió a otra realidad.

Desde entonces, tengo la extraña sensación de que no me pertenezco. He abandonado mi rutina diaria sin saber por qué y ya sólo me dedico a contemplar el mundo. Voy donde mis pies dicen y observo lo que mis ojos quieren.

1 comentario: