sábado, 23 de abril de 2011

Fusiones

A los postres de una opulenta comida un zumbido me partió por la mitad. El corte se ejecutó con la contundencia de un carnicero y la precisión de un cirujano. La parte izquierda de mi cuerpo se levantó y fue al rellano para ver si el asunto era general, como cuando se va la luz; y efectivamente, por las escaleras bajaba media vecina del quinto, desorientada.

Debido al hecho de que el hemisferio izquierdo del cerebro controla la mayor parte de los movimientos de la parte derecha del cuerpo y viceversa, me fue imposible reencontrarme con mi otra mitad, ya que rara vez ambos hemisferios coincidían en el lugar de encuentro. Cuando uno decía salón, el otro decía cocina y los cuerpos se desplazaban, a la pata coja o arrastrándose por toda la casa, siguiendo órdenes contrapuestas.

Al poco llegó medio compañero de piso, que venía de la tienda de abajo. Mi sorpresa fue mayúscula al ver como se había anexionado a media dependienta del negocio, de manera que compartían rasgos y personalidades; exhibía un rostro euroasiático y se expresaba en chino mandarino.

Mi hemisferio izquierdo, donde al parecer reside la lógica, concluyó que la mejor opción para reencontrarse con mi otra mitad consistía en permanecer en el pasillo, ese conducto de la casa que, al igual que la vena aorta, vertebra la realidad.
Mi hemisferio derecho, sin embargo, optó por encender el televisor y observar qué ocurría en el mundo. No daba crédito a lo que veía mi ojo: la mitad del presidente del gobierno y medio ciervo formaban un mismo ser. Al parecer el extraño suceso había sorprendido al presidente del país en el Parque Nacional de Doñana, donde se encontraba disfrutando de unas vacaciones con su esposa. La nueva criatura echó a correr por el bosque despavorido al grito de "tonto el último" y desapareció entre la maleza ante la atónita mirada de su mujer.

Posteriormente, compareció ante los medios (y nunca mejor dicho) la mitad de la presidenta de la comunidad de Madrid adherida a medio alcalde de la capital. Casualidades del destino, ambos se encontraban reunidos en el momento de la catástrofe. Antaño tan distantes, ahora se encontraban más cerca que nunca. Culpaban al gobierno de haber provocado esta situación, y pedían al presidente que adelantara las elecciones inmediatamente, ajenos al periplo de éste por tierras andaluzas.

Tampoco podían faltar las declaraciones de la iglesia católica. Un obispo acusaba directamente a la humanidad “quien se había apartado del camino del Señor”. Se deducen de sus palabras que fue dios, en un arrebato de ira, quien lanzó este castigo sobre todos los seres que pueblan la tierra, sin distinción. No sabemos si se había percatado este prelado que sus palabras carecían de la autoridad suficiente al encontrarse él mismo formando unidad con un chaval de quince años que se rascaba las pelotas.

Frente al esperpento al que estaba asistiendo, una mitad de mi cuerpo decidió tirarse por la ventana y de este modo, tratar de alcanzar a su otra mitad en una realidad diferente.

jueves, 14 de abril de 2011

Contrariedades

Era de madrugada cuando un fuerte estruendo me despertó sobresaltado, en realidad se despertó una parte de mí, la otra siguió durmiendo. Mi cabeza y extremidades superiores fueron a la cocina para ver que ocurría sin detectar ninguna anomalía. Decidí en ese momento tomar un zumo de naranja y pude observar atónito como descendía el líquido por mi esófago invisible, para quedarse luego suspendido en el aire, a unos cuarenta centímetros de la tráquea. Entonces me crucé con unos pies que venían del otro lado de la casa, y a modo de juego macabro ocuparon el lugar de los míos, de manera que, aunque mi cabeza dictaba volver a la cama para reencontrase con mi tronco y extremidades inferiores, los intrusos pies decidieron dar una vuelta por la ciudad y llevarse consigo mis brazos y mi contrariada cabeza.

No sé si el paseo duró una hora o tres años, lo cierto es que me dediqué a contemplar el mundo que me rodeaba con gran detenimiento.
Advertí un sombrero que se desplazaba a unos 173 centímetros del suelo con un ligero movimiento ondulatorio en dirección a unos tacones de aguja que salían a su encuentro.
Acto seguido, al cruzar la esquina, reparé en la ausencia de mi cartera, y el mirar hacia atrás atisbé como se desplazaba rápidamente en dirección opuesta a mi incompleta figura, describiendo un movimiento frenético en la huida; ordené a mis pies recién adoptados que la persiguieran, pero estos hicieron caso omiso y siguieron su marcha. Este acto de desobediencia me irritó enormemente, e incluso contemplé la opción de despiezarlos con mi mandíbula o retorcerlos con mis propias manos. No lo hice por temor a la más que probable consecuencia de sufrir un gran dolor y deseché esa alternativa.

Más tarde, me encontraba en medio de Gran Vía insuflando gran cantidad de aire a mis invisibles pulmones; mi brazo derecho acompañaba en una perfecta sincronía al pie izquierdo cuando este se situaba por delante. Rápidamente era superado por el otro par y así sucesivamente, a gran velocidad. Pronto me di cuenta de que se trataba de una persecución. Iba corriendo tras otros pies, aunque mi cabeza no comprendía el motivo de tal actividad.
Y cuando estaba a escasos metros de alcanzar mi objetivo, de súbito, las ruedas de un autobús de línea me pasaron por encima. En ese mismo instante un gran estruendo me devolvió a otra realidad.

Desde entonces, tengo la extraña sensación de que no me pertenezco. He abandonado mi rutina diaria sin saber por qué y ya sólo me dedico a contemplar el mundo. Voy donde mis pies dicen y observo lo que mis ojos quieren.