Me llamó la atención un sobre que se
encontraba depositado junto al buzón de correos, fuera de su lugar, en el que se
podía distinguir el logotipo de un conocido banco. Lo que realmente despertó mi
curiosidad fueron unas palabras escritas a mano por una tercera persona. Me
acerqué al objeto, debido a un fuerte impulso por comprobar qué decía el
manuscrito y el impacto fue mayúsculo al leer “lleva muerto tres años”, aseveración que aparecía justo debajo del
nombre del señor que, a efectos del banco, aun residía en mi comunidad. De súbito
sentí un escalofrío, tenía entre mis manos las deudas de un cadáver.
Hace unos días una furgoneta negra estacionó
justo delante de casa. En el lateral de la misma un rótulo rezaba “Tanatorio
San Isidro”, y a los pocos minutos un cuerpo inerte era introducido en el
vehículo.
Es de suponer que el destinatario de los recibos
del banco, y el fallecido que salió el otro día por la puerta directo a la
morgue, no son la misma persona. En caso
contrario, el difunto habría esperado más de 36 meses para ver sus restos
descansar, al fin, en el lugar que corresponde al mundo de los muertos.
Mientras acumulaba deudas en el mundo de los vivos. O de los buitres.
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