lunes, 9 de septiembre de 2013

Mi gato


El entrañable animal de la imagen habita en mi casa desde hace dos años. Cuando voy de visita me recibe de esta manera. No puedo acercarme a él en un radio de dos metros. Si le miro a la cara se mantiene impasible, con sus ojos clavados en los míos, este acto deviene en un duelo por ver quién aguanta más. El momento más desagradable se produce cuando inevitablemente nos cruzamos en el pasillo, no hay escapatoria, darse la vuelta supone una derrota humillante. Ahí es cuando aflora su instinto más salvaje, en ese momento se descubre como un verdadero animal carnívoro, un ser vivo diseñado para cazar y matar; está en sus genes. Eriza el rabo, desplaza su cuerpo ligeramente hacia atrás, en un movimiento que acompaña con un sonido áspero y profundo, mientras desencaja la mandíbula y muestra sus afilados dientes. De un brinco podría alcanzar mi rostro y sacarme los ojos. No me cabe la menor duda.

Sin embargo, yo no estoy dispuesto a ceder ni un milímetro frente a sus hostilidades. Le hago ver que con esta escalada de violencia tiene mucho que perder. El otro día se introdujo en mi habitación con actitud chulesca, debe ser que ahora lo considera su territorio. Me miró fijamente y vi la oportunidad de darle un buen susto. Agarré una mochila de proporciones similares a su cuerpo, y acto seguido la lancé violentamente contra la pared. El animal se fue corriendo despavorido, comprendió que él podía haber sido ese macuto y correr la misma suerte. ‘Ándate con cuidadito’ dije entre dientes, mientras esbozaba una ligera sonrisa de complacencia.

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